Llego a la ciudad a las 4 de la mañana, me están esperando los de la agencia de viajes para hacer el tour por el desierto, el dia anterior les llame para reservar plaza.
La excursión no sale hasta las 8 de la mañana así que de mientras me ofrecen dormir en la azotea del hotel Ganesh hasta que llegue la hora de irse.
En un colchón improvisado bajo las estrellas duermo hasta las 7.30h que es cuando me vienen a despertar para desayunar con el resto del grupo que me acompañará en el desierto.
Finalizadas las presentaciones, realizo el pago 1100rps por 2 dias de tour y una noche, es un buen precio.
Un zumo de naranja, tortilla y tostadas, mi desayuno matutino.
A las 8h partimos en jeep, en el que se siente cada bache del camino hacía el desierto. Una hora y media después llegamos a la entrada del desierto donde nos esperan los camelleros.
Me presentan al que será mi camello en este viaje, se llama Sunday (como mi día favorito de la semana), es el jefe de la manada y también el más grande del grupo.
El Sol empieza apretar y el protector solar y la gorra se hacen inseparables.
Hacemos un par de paradas en varias villas del desierto donde los niños nos reciben siempre con unas sonrisa en los labios.
En la 2º villa cercana a la frontera con Pakistán los camelleros nos preguntan si queremos para cenar est noche lamb, todos decimos que ok y pagamos 250rps cada uno para comprarlo, pues vale entero 2000rps.
Escojen una vivo entrado en carnes y nos lo llevamos con nosotros hasta las dunas donde será nuestro campamento.
Nada más llegar con un cuchillo le cortan la garganta para sacrificarlo ante mis ojos, me impresiona la mirada del pobre corderito condenado.
Después lo cuelgan de un árbol cercano para desangrarlo y despellejarlo para posteriormente trocearlo con una vieja hacha para ir directo a la olla donde lo cocinan lentamente como una ceremonia.
El atardecer llega a su ocaso sobre las dunas del desierto. A lo lejos el relieve de las montañas de Pakistan, tan cercanas y a la vez tan lejos.
A la hoguera los camelleros siguen cocinando el lamb sacrificado tan solo hace una hora.
Como una gran familia nos sentamos todos alrededor del fuego mientras la carne se cocina lentamente y degustamos un tchai caliente.
La noche va cayendo, se empieza a sentir el frío de la noche del desierto, pero no importa así son las noches del desierto de Rajasthan.
Aún en el horizonte persisten los anaranjados que poco a poco se van diluyendo dando paso a una brillante luna creciente que ilumina la noche como un farolillo.
Las primeras estrellas van salpicando el cielo, como azúcar espolvoreado sobre el intenso azul de la noche.
Los camellos campan a sus anchas por los alrededores, otros descansan después de la fatiga del día.
Una kingfisher templada a la temperatura nocturna en la mano y un gran plato de carne con arroz y patatas que contínuamente el cocinero nos va rellenando amablemente.
No puede faltar el chili y los chapatis acompañando el festín.
Como hasta no poder más mi estómago, no aceptan la negativa de más comida y repito tres platos.
Finalizada la pesada cena alrededor de la hoguera con la noche ya cerrada en la oscuridad absoluta los camelleros cantan animadamente mientras utilizan como instrumentos improvisados los bidones vacios de agua.
Somos un grupo vario pinto y variado: alemanes, franceses, indis, koreanos, chinos, americanos y una catalana integrada con todos ellos.
Son las 2 ya pasadas cuando llega la hora de ir a dormir, nos dicen que están preparadas las habitaciones dobles y singles entre risas
Un par de mantas sobre la arena con un edredón por encima y un viejo cojín de almohada al resguardo de mi camello serán esta noche mi cama.
El sueño intenta vencerme pero no quiero dormirme.
Tumbada dentro de mi saco sobre las mantas bajo el cielo estrellado con el silencio de la noche y las brasa casi extinguidas de la hoguera, tanta belleza y relax no tiene precio en estos instantes.
Mis ojos se van cerrando mientras observo la luna ocultándose y las brillantes estrellas que me cubren sobre mi cuerpo.
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